Charly García: la libertad
«Allí donde otros proponen obras, yo no pretendo otra cosa que mostrar mi espíritu.»
Olvidemos por un momento los grandes éxitos y los conceptos previos: hay algo más allá en la música y la figura de Charly García que merece algunas líneas. El todo por el todo por la libertad.
Charly García. 1951. Buenos Aires, Argentina. Oído absoluto. Recibido de profesor de teoría y solfeo a los doce años. Estudiante del conservatorio desde los cinco. Ídolo. Músico icónico de la cultura popular contemporánea. Figura mediática. ARTISTA.
La historia oficial cuenta que creció en medio de una familia de clase media alta, que salió del Servicio Militar Obligatorio con un diagnóstico de bipolaridad con personalidad esquizoide. También que sus canciones forman parte de la historia musical de su país y Latinoamérica, recibiendo diversos premios y distinciones por su amplia trayectoria. Que solía tener un carácter complicado en escena y que ahora está cuidado y en una etapa diferente de su vida... o no. Pero la historia oficial es limitante y no aborda aspectos centrales en Charly. Porque hay más que lo contado brevemente en biografías o especiales de televisión, y es necesario develar aquellos rincones poco visitados pero capitales en la vida del artista.
Aun cuando su figura pueda ser mayormente reconocida por los mismos temas que pasan las radios locales estancadas en el pasado o por el sinnúmero de notas acerca de si está/estuvo loco o no, hay algo más allá que debe y merece ser (re)descubierto, de lo que hay que hablar y que tiene un lugar muy profundo no solo en el sentir de la gente sino también en sus historias y en las de sus sociedades. Pensar en el artista como un chamán, guía del pueblo, de la tribu a la que pertenecemos, que nos representa y nos cuenta en parte o en todo. Entiéndase este texto como una mirada de la obra de Charly García, ya no solo como la de un músico, sino como la de un activista. Hay que pensarlo así: un activista por la libertad.
La búsqueda de la libertad es el eje sobre el cual se basa la obra de Charly García. Desde siempre, hubo algo que combatir: las restricciones de su profesora de piano para no improvisar sobre las composiciones clásicas cuando niño, la imposición del Servicio Militar, la descalificación por parte de colegas en los inicios de su carrera, las innumerables idas a los calabozos por superficialidades como llevar el pelo largo o por no estar alineado a las buenas costumbres (¿?), las dictaduras, las internaciones en psiquiátricos, el ojo sesgado de los medios. Su vida ha sido una permanente toma de posición frente al poder -con cualquiera de sus ropajes- y ha batallado contra él con lo mejor que tiene para dar, con algo que perdura en la gente y las sociedades como un signo de los tiempos inevitable, poderoso y profundo: la música; siempre desde una estética particular y en pos de una necesaria liberación.
Líricamente, la obra de Charly García se muestra siempre descarnada, tanto desde el plano personal como social. En ella se conjugan muy bien el personaje autobiográfico y el cronista, roles que se asumen con la convicción heredada -y nunca perdida- de una generación en busca de un cambio a través de una libertad innegociable. En ese sentido, en álbumes como “Pequeñas anécdotas sobre las instituciones” (1974), “Películas” (1977), “La grasa de las capitales” (1979), “Clics modernos” (1983), “La hija de la lágrima” (1994) o “Say no more” (1996); o en temas puntuales como “El fantasma de Canterville” (1976), “Canción de Alicia en el país” (1980), “Inconsciente colectivo” (1982), “El karma de vivir al sur” (1987), “Transformación” (1992), “Influencia”¹ (2002), “Mirando las ruedas”² (2010) o “Primavera” (2017), entre tantos otros; se aborda la tragedia de la existencia desde el autoconocimiento y la mirada puesta en una sociedad que se deforma entre la represión y el espectáculo como principales actores culturales. Una voz que se pregunta «¿por qué tenemos que ir tan lejos para estar acá?», o que reconoce «algunas veces estoy encerrado, la jaula no es tan solo esta pared; cuando quiero salir no me importa morir, no tengo fin». Aquellos son los espejos mediante los cuales generaciones enteras pueden mirarse y reconocerse, y notar cuánto se asemejan a la realidad esas imágenes proyectadas desde un micrófono. Son textos profundos, pero también cercanos, parte de nosotros; a medio camino entre la metáfora y lo confesional.
Del mismo modo, las diferentes búsquedas musicales permiten estirar la cuerda tanto como el concepto artístico lo permita: de forma infinita. No se trata únicamente del innegable virtuosismo o de evitar estancarse en una fórmula, sino de la adscripción a estéticas y lenguajes que precisan decir algo más allá de la partitura. Acercarse al tango (“Cuando ya me empiece a quedar solo”, 1973), aproximarse a las corrientes progresivas (“Ah, te vi entre las luces”, 1976) y sinfónicas (“Serú Girán”, 1978), vincularse a la estética del new wave (“Plateado sobre plateado (Huellas en el mar)”, 1983) y del pop (“Parte de la religión”, 1987), a la experimentación sonora (“Constant concept”, 1996); o usar el estudio de grabación y el proceso de mezcla como elementos propios de la creación (el concepto de ‘maravillización’ utilizado desde los primeros dosmiles hasta hoy, a partir del método wall of sound de Phil Spector). Dejar de lado el imperativo de la música clásica como una cruz y hacerla coexistir bajo su propio enfoque, el vínculo inquebrantable con un ícono del folklore (y la resistencia a la dictadura) como Mercedes Sosa, la supresión del uso de terceras en sus melodías como forma expresiva. Y, sobre todo: apostar por el rock ya no solo como un género, sino como una mirada artística e idealista, totalmente liberada de prejuicios. El rock como una respuesta a un mundo que tira para abajo, como una vía para buscar la libertad.
Y en una industria especializada en la chatura, en lo inmediato y más rentable, Charly García extiende el concepto de artista. Lo sublima.
Porque no se trata de saltar nueve pisos para ser tapa de revistas, sino de lo que aquello significa: una metáfora corpórea y certera acerca de la vida misma, de la defensa de los ideales. Porque a veces, en medio de la dictadura, hay que jugársela y denunciar la censura, o retratar la vulgaridad del régimen ante las cámaras de la propia televisión estatal. Recordar a los desaparecidos frente a la Casa Rosada, conmemorando un Día de la Democracia y los Derechos Humanos; o retar al gobierno de turno y lograr la destitución de un funcionario por probadas actitudes autócratas y xenófobas.
Porque lejos de romantizar un discurso y negar sus propias sombras, deja en claro que también allí su camino estuvo siempre guiado por un espíritu real (“antes me gustaba el [Charly] de antes; ahora me gusta el de ahora”), y que finalmente eso es lo valioso. No venderse. No perder la autenticidad, aunque nadie te ofrezca una sonrisa o una distinción a cambio. Ser fiel a lo que crees importante, al sonido que estás buscando o a la forma que quieres darle a un momento, y morir peleando por eso. Lo sagrado no son imágenes en la pared, sino aquello que te remece por dentro.
Y, con todo ello, pararse junto a un piano y un micrófono, frente a cincuenta o diez mil personas, y conectar. Hacer eco de una fibra; decir y cantar lo que muchos no sabemos que llevamos dentro o que no conseguimos exteriorizar, y revelarlo como si no hubiera escapatoria, como si de ello dependiera seguir con vida. Una urgencia real.
Así, podemos ver a Charly García más allá de solo la música. Con y a través de ella, su figura es la de un activista, un artista que busca siempre liberarse de ataduras -propias como ajenas-; comprometido con sus ideas, con sus propios vaivenes y con lo que sucede en su sociedad. Y que está ahí para contarlo.
Charly García es el ejemplo de un artista al que ni la creación ni su propia vida le alcanzan para descubrirse. Una fuerza contenida en el cuerpo de una persona, una revolución constante donde todo aquello que se hace en nombre de la libertad es sagrado y merece total entrega. Alguien que se juega el todo por el todo para seguir haciendo música; que canta las desventuras de su país entre desapariciones y autoritarismos; que muestra lo luminoso y lo oscuro que lleva dentro para hacer de ello una obra de arte por sí misma; que funda una estética basada en la búsqueda de la ansiada libertad.
Que pone su cuerpo al fuego para cantar sin más atavío que su música, aun cuando el incendio sea inevitable. La libertad por encima de todo. La vida como una gran obra de arte.
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¹ ² Aunque “Influencia” y “Mirando las ruedas” son temas pertenecientes a otros autores (Todd Rundgren y John Lennon, respectivamente), las versiones al castellano de Charly García aportan un valor original para esta reflexión.
- Una primera versión de este texto apareció en la web del colectivo No Música.