#ElPerúQueQueremos

la obra / la persona

Publicado: 2023-07-11

El dilema de siempre: ¿Podemos admirar la obra de un artista con una personalidad despreciable? ¿Por qué nos emocionan sus canciones, pese a todo?

Dicen que uno afirma sus gustos (y construye con eso parte de su identidad) en la adolescencia. En mi caso, aquello se cumple en gran medida. Mucha de la música que más disfruto y muchos de los artistas a los que sigo, son resultado de horas con los audífonos puestos, con letras de canciones guardadas en diskettes, con propinas pagando discos, con fotos pegadas en la pared. Tal vez por eso sea tan difícil aceptar determinadas cuestiones y moldearnos a nuevas verdades. O a contextos más profundos.

Quiero decir: cuando uno es adolescente, es difícil entender la dimensión real/total de escenarios como el abuso sexual, las drogas, la violencia o ciertas ideologías radicales; más aún si se relaciona con la mirada que tenemos sobre gente a la que admiramos. Aquello solo adquiere peso cuando uno crece, cuando tiene un panorama más extendido y pierde un poco aquel deslumbramiento de ilusiones. Cuando la vida nos hace ver algunas cosas de mejor forma.

Aunque, del otro lado, estén las canciones. Esas malditas canciones que nos conocen de manera única.

A veces, conocer ciertas facetas de alguien a quien admiras puede ser una gran decepción. Pienso en la desazón que provoca encontrarse con los tweets de Andrés Calamaro. Un compendio de diatribas altamente ofensivas hacia causas como la animalista (con la defensa acérrima de la tauromaquia como bandera), el desprecio permanente hacia los colectivos LGBTIQ+ y feministas en su búsqueda de equidad y justicia en espacios sociales, la adhesión a propuestas políticas reaccionarias (fachadas de idearios discriminadores en múltiples frentes), el despliegue rancio de falsedades bajo la idea conspiranoica de una maquiavélica agenda mundial «que impone ideologías y fabrica pandemias». (No hablo aquí del cuestionamiento hacia letras de determinadas canciones, pues creo que es un tópico con aristas diferentes a tratar).

No sé qué pensar cuando leo esas cosas. Porque, carajo, es el mismo tipo que escribió temas que me han marcado a fuego, y no solo aquellos de mi etapa adolescente. Hay una letra del 2018, "Egoístas", que actúa casi como una confesión de humanidad: "perdón por mi egoísmo y mi falta de interés por los demás / me estoy curando de espanto en el destino del canto (...) hubo veces que por meses no dormí / salvado por el milagro del pan y los peces / y a veces no supe darme cuenta a tiempo / quise ser cordial, hice todo mal / el tango fatal del cañaveral".

Entonces, ¿quién es Andrés Calamaro? ¿El ser sensible que canta esos versos, que retrata punzante a su sociedad ("Comedor piquetero" / "Flor de samurai") y que describe con precisión el horror de la dictadura ("Crímenes perfectos")? ¿O un perfecto manipulador y encantador hipócrita que destila pseudointelectualidad y arrogancia en 140 caracteres? Las personas estamos hechas de contradicción, me queda bastante claro.

En 2019, Luis Antonio Vicente (frontman de La Nueva Invasión) fue acusado de abuso físico y psicológico por su expareja. En aquel entonces, junto a los chicos de No Música (colectivo al que pertenecía), no sabíamos bien cómo actuar o qué pensar; de hecho, él había sido partícipe de un ciclo de conversatorios que organizamos el año anterior. Sabíamos, sí, que ningún nombre o ninguna admiración podía ser más importante que un hecho que pudiera quedar impune.

Ahora, con el tiempo transcurrido, pienso también en mí. Quiero decir, parte de mi discurso y de mis acciones han estado (o están) teñidos de machismo y de otras taras, y ha de ser el caso de muchos. No es fácil deshacerse de aquello. ¿Pero qué sigue? Tampoco sería saludable condenar a alguien de forma perpetua y quedarnos solo en ese señalamiento, sino que ello se convierta en una discusión, en una toma de posición, en un acto real de aprendizaje y de sanación. Lo sé, suena hasta ingenuo, pero no encuentro otra respuesta. Vicente sigue al frente de su agrupación y, lo desconozco, pero me gustaría saber que existió en él ese proceso de reparación ante sí, ante su entorno más cercano y ante las personas que dañó.

No estoy muy seguro de qué es lo correcto. De primera impresión, creo que lo que conocemos como cultura de la cancelación resulta un artefacto imperfecto pues, de algún modo y sin proponérselo, termina invisibilizando lo que quiere denunciar. Tampoco sé si es inevitable que algunas canciones calen profundo en mí, sabiendo incluso que detrás de ellas hay algo que rechazo; asumo que no hay manera de escapar de eso.

Sé que hay cosas que no están bien, pero, ¿es suficiente?


Escrito por

Roberto Renzo

Lima, 1992. Cantante de causas perdidas | https://linktr.ee/robertorenzo


Publicado en

En estéreo

Roberto Renzo. Más allá de las canciones, la música tiene mucho para decirnos.